Morí en el holocausto

Morí en el holocausto

No sé si mi historia salvará a otros, pero no me salvó a mí.

  • Catagoría:  Fe
  • Autor:  Miguel Pulido

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Quizás mi esperanza es demasiado inocente, probablemente ya nos encontremos en un punto donde no hay retorno. Con frecuencia no vemos la magnitud de las miserias cuando estamos en medio de ellas.

La historia tiende a brindar una perspectiva más justa.

El tiempo coloca la realidad en sus adecuadas proporciones.

En algún momento, tragedias como las Cruzadas, los asesinatos racistas o el sacrificio de niños a deidades fueron aprobadas, aplaudidas y propagadas como si fueran heraldos de una sociedad que progresaba. ¡Qué equivocados estábamos! Pero no hemos aprendido. Hoy, mis compañeros y yo somos sometidos a torturas y asesinatos sistemáticos. Los muertos se cuentan por millones. ¿Llegará el momento donde se levanten voces en contra del daño que nos hacen?

La decadente ruta de estos campos de exterminio comenzó con pequeños pronunciamientos que nos deshumanizaban. Dejamos de ser personas para pasar a ser seres, individuos, entes; de allí el paso al concepto de una categoría inferior fue natural. Nos tratan como animales… o incluso menos, porque a los animales parecen tenerles más respeto. La conciencia requiere ciertas adaptaciones para no autodestruirse: siempre es mejor convertir el alguien en un algo, porque es más aceptable acabar con una cosa que asesinar una persona.

Nosotros somos una cosa, un número, una estadística.

Al menos, eso nos hacen creer.

La ciencia parece moverse al vaivén de la época. Siempre me llamó la atención cómo el enunciado “científicamente comprobado” da la sensación de certeza incuestionable. Está científicamente comprobado que si dices que algo está científicamente comprobado, las personas te van a creer… por ilógico, dañino, descabellado o inhumano que sea. A esta raza le deslumbró la ciencia, tanto como para opacar su humanidad.

Estoy cerca de morir. Lo sé. He visto cómo miles desfilan silenciosos por ese pasillo que los llevará a su cruel destino. Las formas de tortura son tan diversas que parecen traídas de las macabras series de ficción. La maldad también goza de altas dosis de creatividad.

Observé cómo un compañero murió cruelmente a manos de un médico que, en nombre de la ciencia, lastimaba su endeble cuerpo sin el más mínimo asomo de remordimiento. No tenía maneras ni fuerzas para defenderse. Lo vi moverse agónicamente, casi como por reflejo, tratando de luchar en un instinto de supervivencia que no le pudieron robar en aquel cuarto de la muerte. Aquellos destellos inconscientes eran pequeños pronunciamientos de valentía frente a la crueldad. La poca vitalidad que le quedaba era extirpada paulatinamente hasta dejar aquellos pequeños ojos vacíos, perdidos, sin vida.

Finalmente, cuando terminó el “procedimiento” (termino elegante para aplacar la conciencia), firmaron un papel y pusieron un número. ¿A eso nos hemos reducido? ¿Se puede resumir una vida humana en un pedazo de papel con algo de tinta? Parece que sí.

Soy el próximo en la fila. Escribo estas líneas para tratar de aferrarme a la vida que me queda. Sin embargo, ya he sido sentenciado. Sin juicios. Sin abogados. Parece que el simple hecho de pertenecer a este grupo fuera la sentencia de muerte. Quisiera escapar, pero no puedo. No depende de mí.

Según me han dicho, los números ascienden a millones. Hoy sumaremos unos cuantos miles a las estadísticas. Y el mundo seguirá girando como si nada de esto importara, usando palabras elegantes y términos elocuentes para hacerse el ciego de la masacre que ocurre bajo sus narices y, aún peor, con su aprobación. Quizás algún día reconozcan que no hay nada de qué enorgullecerse.

Hoy moriré en el holocausto.

 

Atentamente,

Un niño abortado.

Año 2018.

 

©MiguelPulido


Miguel PulidoPor Miguel Pulido
Miguel es Teólogo del Seminario Bíblico de Colombia, y pastor de jóvenes de la Iglesia Confraternidad en Bogotá, además de ávido escritor con la capacidad de conectar nuestra realidad con la perspepctiva bíblica.

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