Me conoces más que nadie porque me creaste. Sabes que me gusta tratar de ver las cosas desde distintos ángulos.
- Catagoría: Fe
- Autor: Miguel Pulido
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La curiosidad me invade cuando llegan momentos como estos, ciclos que se repiten incesantemente, fechas en el calendario que se volverán a marcar una y otra y otra vez.
La Navidad siempre sucede.
Pero no quiero que eso me endurezca.
La costumbre tiene su manera de llevarnos hacia la indolencia, de tal forma que lo que nos maravilla ahora nos resbala. Tu nacimiento es un misterio del cual nunca quiero dejar de asombrarme. Por eso, aunque tantas veces te agradezco, hoy quiero decirte porqué odio la Navidad.
Cuando creaste a la raza humana, nos dotaste con un extraordinario potencial para hacer el bien. O el mal. Sería torpe e irresponsable pensar que todo es culpa de Adán y Eva, porque al mirar las noticias descubro que somos aterradoramente creativos para la maldad. Ocurre a niveles de naciones, ciudades, familias e individuos. Pasa conmigo. Tengo la facultad de hacer un desastre con mi vida. Lastimo a otros con más frecuencia de la que quisiera. Te doy la espalda con justificaciones rebuscadas para racionalizar mi rebeldía.
El pecado es un veneno que nos ha dañado.
Y te ha afectado a ti.
¿No se trata de eso la Navidad?
Perdóname si estoy hilando sobre el plano de la suposición, pero es lo que logro entender del acto de la encarnación. Si lo miro desde un punto de vista puramente funcional, hubieras tenido otras posibilidades. Total, los que nos metimos en problemas fuimos nosotros. Sería justo que nos hubieras fulminado en el mismo instante que te dimos la espalda. También hubieras podido dejarnos a nuestra suerte, viviendo sin esperanza en un mundo que decide dejarte de lado constantemente.
Pero no eres así. Tu gracia te impulsa a seguirnos buscando, a insistir en amarnos, a atravesar el infinito por abrazarnos. Esa es la paradoja que detonó el pecado: como quisimos hacernos como Dios, Dios se hizo como nosotros.
¿Qué te hizo el pecado?
Claro, no te puede afectar, no puede manchar tu santidad ni trastornar un gramo de tu naturaleza. Más bien, tus elecciones de gracia por nosotros hicieron que la Eternidad fuera afectada para siempre. Dios se hizo hombre. Lo digo con tanta frecuencia que me acostumbro al sabor de misterio pero también de derrota que encierra esa idea. Nunca debería haber ocurrido. Tú eres Dios y no tenías por qué haberte hecho uno de nosotros.
Pero lo hiciste.
La Navidad es el recordatorio de cómo decidiste humillarte.
Por nosotros.
No puedo hacer más que adorarte y amarte por eso, pero cuando exploro un poco mi corazón me doy cuenta que mirar el pesebre es un recordatorio de nuestro fracaso como raza. Dios nos tuvo que buscar, porque somos incapaces de salvarnos a nosotros mismos. Aún con semejante muestra de amor, nos la ingeniamos para traer el infierno a la tierra constantemente. Nos quejamos del mundo como está, pero no escogemos correr hacia ti en busca de ayuda. Estamos en el círculo vicioso de nuestro orgullo.
El pesebre y la cruz me muestran cuánto me amas y, al mismo tiempo, el daño cósmico de mi maldad. Entonces, me produce repugnancia. Si no hubiéramos pecado, quizás la Navidad no hubiera existido o ni siquiera la hubiéramos necesitado. La Navidad existe por causa de nuestra perversidad.
Por eso la odio.
Sin embargo, también la amo.
Es ese el poder de la redención del que tanto hablas, ¿no es cierto? Transformaste un lugar de miseria en el más precioso símbolo de esperanza para la humanidad.
©MiguelPulido
Por Miguel Pulido
Miguel es Teólogo del Seminario Bíblico de Colombia, y pastor de jóvenes de la Iglesia Confraternidad en Bogotá, además de ávido escritor con la capacidad de conectar nuestra realidad con la perspepctiva bíblica.