Considerar el triunfo de Egan Bernal en el Tour de Francia en sus adecuadas proporciones tomará varios años.
- Catagoría: Fe
- Autor: Miguel Pulido
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Tenemos la equivocada sensación que fue sencillo. Un jovencito vestido de amarillo en lo alto del podio parece convencional, pero es una hazaña de proporciones épicas que involucró esfuerzos sobrehumanos para recorrer todo un país sobre una bicicleta.
El ciclismo es un deporte salvaje.
Hacer lo que hizo Egan está al alcance de unos pocos superdotados.
Personajes como Rigoberto Urán o Nairo Quintana arañaron la posibilidad de llegar a ese peldaño de la historia, pero se quedaron a una distancia tan corta como abismal de unos segundos. ¿Podio? Sí. ¿Campeones? No.
Inevitablemente, verlos tan cerca generó en la gente una naciente expectativa que iba a darle a Colombia el triunfo en el Tour. Las miradas recaían especialmente sobre Nairo. Pero no lo logró. De hecho, él mismo admitió estar lejos de su mejor nivel. Algunos pensaron que ganar la carrera ciclística más prestigiosa del planeta era tan simple como escribir trinos en Twitter, críticas en Facebook o subir fotos a Instagram. Con cinismo reclamaron que Nairo atacara en cada subida de montaña, cuando ni siquiera son capaces de andar en una bicicleta por más de 20 minutos sin necesitar una bala de oxígeno.
Somos desmedidamente mordaces para estar tan cómodos detrás de la pantalla de un celular.
Es muy fácil exigirle a alguien que sea exitoso en nuestro lugar.
Siempre me ha llamado la atención lo triunfalistas que somos. Cuando ganamos somos todos, pero cuando pierden son ellos. Nos montamos en el bus de la victoria, pero asesinamos al que ha perdido. Encontramos la forma de convertir las victorias en un arma para restregarle a otros sus fracasos. Aparecieron fotos que celebraban a Egan al mismo tiempo que decían que la Selección Colombia de fútbol era una maraña de perdedores, cosa que curiosamente parecemos olvidar cuando pasan de ronda en los mundiales. ¿Es decir que todos los deportistas de nuestro país no valen un peso a menos que sean campeones mundiales en su disciplina? La radicalidad de nuestras exigencias raya con la estupidez.
Así que hay una parte de mí que celebra el triunfo de Egan con sincera alegría. Me hace seguir creyendo que los jóvenes tienen la posibilidad de alterar el curso de la historia. Verlo en su humildad y sencillez me conmueve profundamente el alma. Deseo con todo mi corazón que este sea el comienzo de una racha de triunfos imparable.
Sin embargo, por otra parte, me da tristeza por él. En un contexto como el nuestro, triunfar no sólo es establecer una marca en la historia sino firmar tu sentencia de exigencias. Si no vuelves al mismo punto, eres un fracaso. ¿Qué pasaría si Egan no volviera a ganar ni figurar si quiera en el podio de otra gran carrera? La gente piensa que un Tour de Francia se consigue con la misma velocidad que prendes tu celular para criticar a los que no cumplen tus insaciables expectativas de gloria.
Nuestra gratitud es efímera.
Nuestras exigencias son desmedidas.
Quizás se deba a la necesidad de proyección por causa de los fracasos propios. Hay gente que tiene vidas tan poco interesantes que se la pasan hablando de la de los demás. La crítica es su mayor logro. Juzgar es la virtud que muestran. Están cerca de una irrelevancia patética, pero se centran tanto en los otros que son incapaces de reconocer sus propias miserias. Resaltar los fracasos de otros les da la falsa ilusión que ellos han logrado algo.
Espero que protejamos a Egan (y a tantos otros) de estos enemigos.
©MiguelPulido
Por Miguel Pulido
Miguel es Teólogo del Seminario Bíblico de Colombia, y pastor de jóvenes de la Iglesia Confraternidad en Bogotá, además de ávido escritor con la capacidad de conectar nuestra realidad con la perspepctiva bíblica.