En maniobras de combate murieron varios menores. Muchos aseguran que eran niños inocentes que fueron llevados contra su voluntad a un campo de batalla
- Catagoría: Fe
- Autor: Miguel Pulido
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Otros sostienen que no eran inocentes y que, sin importar su edad, cuando se trata de disparar un arma lo hacen sin reparos; otros que la culpa es de la guerrilla y no de los militares, porque en la guerra uno no pregunta antes de atacar.
Depende de a quién le preguntes y recibirás una respuesta.
Unos ven un daño colateral, otros un crimen atroz.
La discusión y la expectativa ahora gira en torno al paro del 21 de noviembre. Unos sostienen que es una oportunidad para pronunciarse contra las políticas gubernamentales sin importar si es necesario usar la violencia; otros que parar es un acto de flojeo sin sentido; otros que el gobierno debería usar la fuerza para acallar estos reclamos infundados.
Depende de a quién le preguntes y recibirás una respuesta.
Unos ven una protesta legítima, otros una excusa para el vandalismo.
Lo que me llamó la atención de estos asuntos en discusión es que cada quien tiene una justificación para que se use la fuerza dependiendo del caso, bien sea porque es deber del Estado o porque es derecho del pueblo. Nos escandalizamos por la violencia contra los niños, o contra los policías, o contra las mujeres.
Sin embargo, el problema es que, al mismo tiempo, legitimamos otras formas de violencia. A nosotros no nos duele la violencia. Nos duele la parte de violencia que no está alineada con nuestros ideales políticos, con los conceptos con los que estamos de acuerdo. Justificamos el uso de un fusil dependiendo de quién lo empuñe… y esa es parte de la tragedia.
En nuestra cultura la violencia está permitida en ciertos casos. El uso de la fuerza es aprobado dentro de nuestros discursos. Contemplamos la posibilidad de acudir a ella dependiendo de las circunstancias específicas.
No sé si soy un pacifista romántico alejado de una realidad cada vez más cruda, pero creo que parte del problema sistémico que tenemos como sociedad es que la violencia corre por nuestras venas y nos sentimos cómodos con ese hecho. Acudimos a ella como primer o último recurso, pero no hemos clausurado la puerta de acceso. Mientras la violencia sea una posibilidad, nuestro corazón encontrará la manera de justificarla, aprobarla, secundarla o utilizarla.
Y eso, a los seguidores de Jesús, nos pone en una posición difícil.
Porque él fue alguien que se negó a usar la violencia.
Ya sé que me podrás citar la vez que entró al Templo y volcó las mesas. Y yo te diré: ¡por eso! Expresar la inconformidad contra un sistema sin dañar a seres humanos es una línea demasiado delgada sobre la que se debe aprender a caminar. El pacifismo no es ciego a la realidad, pero se rehúsa a transformarla utilizando el lenguaje imperante del entorno. Para ello se necesita creatividad sagrada.
Jesús se pronunció contra la injusticia, pero nunca lastimó a alguien. Liberó a otros, pero no empuñó una espada jamás. Fue arrestado injustamente, pero no dio la orden para que los ángeles vinieran a defenderlo. Sangrando en la cruenta cruz clamó por perdón divino para aquellos que se daban un festín con su tortura.
Mientras no nos duelan tanto soldados como guerrilleros, los niños y los abuelos, los políticos y los estudiantes, perderemos alguna dimensión de nuestra humanidad y justificaremos la violencia en alguna de sus formas. Porque el problema de la violencia es que atenta contra el hecho más fundamental de nuestra esencia: que todos fuimos creados a imagen y semejanza de Dios.
©MiguelPulido
Por Miguel Pulido
Miguel es Teólogo del Seminario Bíblico de Colombia, y pastor de jóvenes de la Iglesia Confraternidad en Bogotá, además de ávido escritor con la capacidad de conectar nuestra realidad con la perspepctiva bíblica.