Seguir a Jesús fue una decisión riesgosa. Profesar que este nazareno era el Mesías implicaba cárcel, persecución y, eventualmente, muerte.
- Catagoría: Fe
- Autor: Miguel Pulido
Anuncios
Política y religiosamente el cristianismo era una amenaza por destruir.
En una incesante pugna, Pedro y los apóstoles fueron capturados por el Consejo, que estaba constituido por personas de alta influencia social, política y religiosa en aquella región. Como si fueran pillos, los encarcelaron y lastimaron físicamente.
La persecución nació a la par del cristianismo.
¿Qué más esperaríamos, si a quien seguían lo crucificaron?
No es de extrañar que el término mártir (que en griego significa testigo) esté asociado con la tortura, el dolor y la muerte.
Sin embargo, ninguno de los discípulos dio un paso atrás. Su testimonio firme y sus palabras ciertas no temblaron frente a las fauces del sufrimiento. De hecho, esta es una de las últimas frases de Hechos 5:
Los apóstoles salieron del Consejo, llenos de gozo por haber sido considerados dignos de sufrir afrentas por causa del Nombre. (Hechos 5:41)
Gozo.
No es la primera palabra que viene a la mente cuando señalan, persiguen o lastiman por nuestras creencias. Quizás pensaríamos en quejas, denuncias, reclamos, pero no en alegría en medio de una persecución que, valga recalcarlo, no se limitaba a las palabras, denuncias televisivas ni palabras de desaprobación en redes sociales. Estas personas estaban arriesgando su vida. Literalmente.
Su gozo provenía del hecho que estaban siendo señalados por predicar al Mesías, el Enviado del Cielo, para rescatar a la humanidad de su exilio voluntario de casa. Ellos predicaban salvación, restauración, una nueva manera de asumir la realidad a partir de la muerte y la resurrección de Jesús. Estaban convencidos que Jesús era el Señor, no César. Todo rey, todo poder, toda autoridad, tarde o temprano, doblaría su rodilla ante el Nombre que está por encima de todos. Si predicar ese mensaje era motivo de persecución, no importaba. El señalamiento social no le restaba ni un gramo de belleza al evangelio que predicaban.
Para los discípulos, la persecución era preciosa.
Porque mostraba que su tesoro no podía ser consumido jamás.
Provengo de esta tradición que nunca le ha temido a la persecución. Miles de personas a lo largo de la historia han intentado acabar con la predicación del Evangelio por medio de torturas, asesinatos, señalamientos, calumnias, y no lo han logrado. Mis hermanos del siglo I murieron abrazados en la arena del circo romano. Hoy, mis hermanos en el Medio Oriente son torturados y vilmente asesinados por el estado islámico. Pertenezco a un movimiento cuya vida es Cristo, que ve en el sufrimiento por esta causa un motivo de alegría, de gozo profundo que recuerda que las puertas del mismo Infierno no podrán detener la reconciliación de Dios con los seres humanos.
Es un error de proporciones históricas comenzar a denunciar la persecución, acuñando términos como “cristianofobia”. ¡Como si no hubiera ocurrido desde siempre! La valentía de este movimiento se manifestó, a lo largo de los siglos, desde el amor tranquilo, de la fidelidad callada, del servicio silencioso. Nunca la comodidad ni la seguridad fueron un argumento de los discípulos de Cristo.
Estaban dispuestos a morir por Jesús.
Y con gozo.
Por eso cabe preguntar si las personas que tanto denuncian y se quejan de la persecución en realidad están predicando a Cristo. Si están predicando otras cosas (moralismo, política, religiosidad, etc.), claro que tendrán miedo. Si la comodidad, buen nombre y seguridad son el propósito, por supuesto es natural denunciar los señalamientos. Si el tesoro no es eterno, habrá preocupación por lo temporal.
Pero si predican a Jesús, deberían tener gozo por ser perseguidos.
©MiguelPulido
Por Miguel Pulido
Miguel es Teólogo del Seminario Bíblico de Colombia, y pastor de jóvenes de la Iglesia Confraternidad en Bogotá, además de ávido escritor con la capacidad de conectar nuestra realidad con la perspepctiva bíblica.