Expreso aquí algunos pensamientos sobre las últimas noticias respecto a lo que por años hizo el reconocido apologeta cristiano Ravi Zacharias
- Catagoría: Fe
- Autor: Miguel Pulido
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Incluye abusos, violaciones, manipulaciones, desvío de recursos económicos, mentiras y desengaños.[1]
Una tragedia en todo el sentido de la palabra.
Y para mí una tremenda frustración.
Porque fue una de las mentes más brillantes que he visto en cuanto a la argumentación y presentación de la coherencia filosófica del cristianismo.
Pude escucharlo en vivo hace algunos años y fue toda una experiencia.
Tenía respuestas sorprendentes para distintas preguntas.
La cantidad de personas que estudiaron en el instituto que lleva su nombre demuestra la reputación que tenía en el medio.
Quizás como parte del duelo, mi primera reacción fue la de la negación.
Sinceramente, no lo podía creer… que les pasara a otros, pero no a él.
No él.
En mi mente se levantó una profunda tristeza que primero pensó en Ravi Zacharias, su persona, su ministerio, su aporte, ¡pero no en sus víctimas!
Entonces, las señales de alarma se dispararon.
¿Por qué me interesa más preservar el imaginario de un ídolo que ser consciente de todo el dolor que sistemática y sostenidamente perpetuó?
¿Por qué mi tendencia a justificarlo o victimizarlo, ¡si fue el perpetrador!?
¿Por qué es tan fácil tildar de “caída” algo tan atroz y que se dio a lo largo de años enteros?
¿Por qué ocurren estas historias con tanta frecuencia?
¿Será que este tipo de situaciones evidencian que hago parte y soy permeado por un sistema que, lamentablemente, facilita que esta clase de liderazgos narcisistas y nocivos sigan adelante?
Aunque es fácil que estos cuestionamientos profundamente personales se salden con un “¿pero no que predicas la gracia?” o “esa es la demostración de nuestra humanidad”, considero que son placebos emocionales para no enfrentarnos con un problema de fondo: nuestra manera de comprender el liderazgo o, mejor, lo que debería ser la iglesia.
Toda esta situación evidencia que seguimos sucumbiendo frente a la tentación de endiosar a los líderes, lo cual conlleva a una codependencia sumamente malsana que se alimenta mutuamente y, después del tiempo, es muy difícil detener.
Me explico.
La iglesia establece sus patriarcas o representantes (algunos autodenominados) en virtud a sus capacidades o talentos (hablan bien, tienen don de gentes, cantan bonito) y poca atención le ponemos al carácter y al ser de esa persona.
Entonces, formamos un personaje.
Y lo admiramos.
Y eso se siente muy bien.
Pero cuando hay una incongruencia entre la persona y el personaje, nuestra tendencia es a encubrirlo, lo cual puede nacer desde el mismo personaje o la organización que lo rodea.
Nos encanta tener ídolos.
Amamos ser ídolos.
Hacemos lo que esté a nuestro alcance por generar un ecosistema donde germinen este tipo de idealizaciones que no corresponden con la realidad y que, a la larga, son el caldo de cultivo para distinto tipo de atrocidades, porque suponemos que la iglesia y sus líderes están llamados a ser dioses.
Está demostrado que lo de Zacharias venía de años atrás y fue denunciado, pero también encubierto y desviado.
Algunos apuntan a que fue él quien lo logró, otros dicen que el mismo sistema organizacional que se movía a su alrededor fue responsable.
Y quién sabe si, probablemente, la respuesta se encuentre en una sinergia de ambas realidades: individuos que quieren mantener una fachada y organizaciones que alimentan personajes que conserven esa fachada.
Lo que hizo Zacharias fue horrible en muchos sentidos.
Hoy en día reflexiono y lo lamento por sus víctimas, no por él, ni por mí, ni por la iglesia.
Ellas fueron las verdaderas afectadas.
Mi oración y pensamientos están con ellas, y también con una iglesia que necesita repensar muchas cosas para dejar de ser el caldo de cultivo para que los abusadores no sean denunciados sino admirados, porque se necesita mantener la apariencia de un personaje a como dé lugar y nadie le puede pedir cuentas, ni cuestionarlo, ni confrontarlo.
Nos debe importar más el carácter que las capacidades.
Necesitamos volver a optar por la integridad vulnerable, en lugar de mantener el semblante de omnipotencia.
Requerimos aceptar que la iglesia es un lugar para ser personas reales, no la plataforma para exaltar personajes ideales.
Porque ningún individuo ni comunidad están por encima del bien y del mal; y cuando algo está mal necesitamos decirlo, restaurarlo y modificarlo… antes de que sea demasiado tarde.
©MiguelPulido
[1] Si deseas leer más en detalle, aquí tienes el excelente reportaje y reflexión de Noa Alarcón: https://www.protestantedigital.com/amor-y-contexto/60244/los-narcisistas-que-estan-entre-nosotros
Por Miguel Pulido
Miguel es Teólogo del Seminario Bíblico de Colombia, y pastor de jóvenes de la Iglesia Confraternidad en Bogotá, además de ávido escritor con la capacidad de conectar nuestra realidad con la perspepctiva bíblica.