Aunque lo veía venir, no lo pude creer
- Catagoría: Fe
- Autor: Miguel Pulido
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Supuse que el famoso día sin IVA involucraría una avalancha de personas tratando de aprovechar los descuentos (muchos de ellos mentirosos) en grandes almacenes.
Pero, extrañamente, guardaba mis reservas frente a ese primer impulso, ya que pensaba que estar en medio de una pandemia y la tan anunciada caída estrepitosa de la economía invitaría a la gente a la conciencia.
Sin embargo, mi intuición estaba en lo cierto.
Miles de personas apiñadas madrugaron para hacer sus compras.
No, la salud no fue una razón suficiente.
No, la crisis económica tampoco fue una barrera.
No, la conciencia de cuidarnos entre nosotros tampoco impulsó a la prudencia.
Hablamos tanto de ser diferentes después de la cuarentena, pero quedó en evidencia que somos excelentes para frustrar nuestros discursos con nuestras acciones.
Lo más triste es que ningún producto de necesidad básica estaba exento del dichoso impuesto.
La gente iba a comprar televisores, computadores y celulares, no lentejas, arroz o papas.
Hace unos días hablábamos de las crisis de aquellos que ponían sus trapos rojos en casa como señal de escasez, pero paradójicamente fue en esos mismos sectores donde se presentaron aglomeraciones multitudinarias para entrar a comprar en supermercados.
Dicen que la publicidad es engañosa.
Pues somos una sociedad tarada.
Las mentiras no servirían si no hubiera alguien que las creyeran, pero nos metieron la idea de que lo que necesitábamos para nuestra vida se podía adquirir en un supermercado, incluso con precio de descuento en las ocasiones especiales.
Por eso veías personas con varios televisores, gente adulta arriesgando su integridad en medio de muchedumbres, familias dispuestas a endeudarse más allá de sus posibilidades.
¿Y sabes qué va a pasar el próximo día sin IVA? Exactamente lo mismo.
Porque somos una sociedad que piensa que la plenitud está a una compra de distancia.
Sin embargo, todos sabemos que eso no es cierto.
Adquirir un bien (cualquiera que sea) nos puede dar, a lo sumo, una felicidad pasajera.
Más temprano que tarde, va a salir un mejor televisor, los computadores se van a dañar y nuestro celular va a ser obsoleto.
Somos como un hámster que considera que ha avanzado un montón, pero sólo ha estado corriendo en el mismo punto.
Si creemos que nuestra dignidad, valor e identidad dependen de nuestro poder adquisitivo, estaremos dispuestos a sacrificar lo que sea por obtener lo que sea necesario.
Lo digo en el sentido más literal posible.
Hablamos de “unidad” y enfocamos la idea de “una comunidad global”.
¡Pura mentira! Estamos cegados por un individualismo absurdo que mendiga algún grado de valía en cualquier basurero.
No nos importan los demás.
Lo que nos seduce son las demandas de nuestro frágil ego.
Se reactivará la dichosa economía a costa de contagios masivos, y volveremos a prometernos que vamos a pensar de una forma diferente, que haremos de nuestro mundo un lugar distinto, que emprenderemos una nueva normalidad, solamente hasta que llegue una maravillosa oferta que nos haga creer que ahora sí vamos a ser felices si logramos tenerla en nuestras manos.
Seguiremos creyendo que la felicidad se adquiere, no que se elige.
Mientras consideremos que la plenitud se obtiene de afuera y llena lo interno, y no a la inversa, seguiremos empeñando nuestra energía en el intento por alcanzarla.
Si la existencia que poseemos no es suficiente, la que imaginamos tampoco lo será.
Si no escogemos la alegría con lo que tenemos ahora, no la ganaremos con lo que creemos que necesitamos.
El día sin IVA fue un día sin vida.
Porque una que valga la pena no se puede comprar.
©MiguelPulido
Por Miguel Pulido
Miguel es Teólogo del Seminario Bíblico de Colombia, y pastor de jóvenes de la Iglesia Confraternidad en Bogotá, además de ávido escritor con la capacidad de conectar nuestra realidad con la perspepctiva bíblica.