No todos los pecados son iguales

No todos los pecados son iguales

“Todos los pecados son iguales” es una frase que repetimos comúnmente.

  • Catagoría:  Fe
  • Autor:  Miguel Pulido

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La utilizamos para mostrar la gravedad de ciertos pecados o, paradójicamente, para relativizar la profundidad de otros.

Bíblicamente, la cosa no es sencilla.

Si tomamos, por ejemplo, distintas listas donde se enumeran diversos pecados (Romanos, Corintios, Apocalipsis, Marcos), la idea no es afirmar que todos son idénticos, sino sencillamente que todos son pecados.

Su enumeración tampoco tiene que ver con la importancia, ya que los que se muestran en un orden en una lista aparecen en otro en una diferente ¡o ni siquiera se mencionan! Estos inventarios no buscan comparar el valor sino evidenciar la realidad.

Alguno dirá: “¡claro! Hay pecados que son peores, como se evidencia en la destrucción de los pervertidos de Sodoma y Gomorra”.

Usamos esas ciudades como el modelo del juicio divino de grandes pecados, casi esperando que caiga fuego para liquidar las abominaciones que se ven actualmente.

Sin embargo, ese acercamiento deja por fuera toda una serie de ciudades, pueblos y naciones que fueron juzgados por otras causas.

¿Qué de los amorreos, los jebuseos o los moabitas? ¿Por qué no hablamos de la soberbia en Egipto? ¿O qué tal mencionar la injusticia, la desigualdad, la corrupción y la religiosidad que llevaron a la nación de Israel a desaparecer y dirigió a Judá al exilio? ¿Por qué no decimos que la idolatría es una abominación, sino que la promovemos en nuestros discursos acerca de la economía, los sueños, la identidad o el propósito de vida?

En el Nuevo Testamento la cuestión también difiere de lo que podríamos suponer.

Mateo 23 es un extenso sermón de Jesús en contra de la hipocresía, donde denomina a los religiosos de ese entonces “hijos del infierno”.

Además, en un aparte del Sermón del Monte dice que la codicia es tan terrible como el adulterio y el ofender a otro como el asesinato.

Hablamos de la negación de Pedro, pero olvidamos que Jesús también dijo que “cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre” (Mateo 10:33).

La cereza del pastel son Ananías y Safira, quienes pretendían engañar a la iglesia haciéndole creer que eran unos santos extraordinariamente generosos, cuando en realidad sólo querían alimentar su ego en nombre de la bondad.

Cayeron fulminados.

La conclusión es difícil de evadir.

No todos los pecados son iguales.

La diferenciación no se trata de importancia, sino de naturaleza.

Ambos pueden dirigir a un mismo resultado, pero su recorrido es distinto.

Una persona puede morir por un virus o por una bacteria, pero un médico no va a tratar las dos patologías como si fueran lo mismo.

De hecho, sería terriblemente nocivo usar antivirales para tratar una bacteria.

Pensamos que la única forma de referirnos a igualdad es en términos de gravedad.

Por eso decimos: “delante de Dios es igual un violador que un mentiroso”. No es cierto.

La justicia verdadera no germina en la comparación de dos hechos, sino en el reconocimiento de cada realidad.

Sería injusto que Dios tratara de la misma manera dos pecados que son tan distintos.

Así que es posible que lo que consideramos un “pecadito” quizás no lo es y lo que vemos como la mayor de las perversiones es susceptible de restauración.

Usamos ese cliché como un autoengaño para no asumir la complejidad de la Biblia, el misterio de la justicia de Dios y lo confusa que puede ser la vida real.

Siempre me ha llamado la atención que los pecados más graves son los de los demás, no los nuestros.

Cuidado: la comparación nos encamina hacia el orgullo.

©MiguelPulido


Miguel PulidoPor Miguel Pulido
Miguel es Teólogo del Seminario Bíblico de Colombia, y pastor de jóvenes de la Iglesia Confraternidad en Bogotá, además de ávido escritor con la capacidad de conectar nuestra realidad con la perspepctiva bíblica.

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