No sé de qué escribir. Es verdad. No es un título sorprendente ni creativo, es una confesión.
- Catagoría: Fe
- Autor: Miguel Pulido
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Tengo la costumbre de escribir cada semana para el blog, pero hasta el momento no se me ha ocurrido nada.
Así que, escogí sentarme frente al computador con una hoja en blanco, no solamente en Word sino en mi mente. Esta vez no trajo ideas desarrolladas con antelación, las cuales simplemente tenían que transformarse para ser plasmadas de forma escrita. Estoy en cero. El computador y yo, frente a frente, son más intermediarios que la línea parpadeante que espera ser utilizada en cualquier momento.
Se me viene a la mente cuando comencé a escribir hace varios años atrás. El tiempo pasa demasiado rápido. Ya van a completarse casi 10 años desde que decidí compartir ideas por este medio. Recuerdo la cantidad de esfuerzo que me tomaba redactar de forma concisa y que fuera medianamente llamativa. Tratando de encontrar mi propia voz, copié el estilo de mucha gente que admiraba. Requirió un trato profundo de parte de Dios que me aceptara incluso en mi forma de escribir.
Lejos está de mí pensar que soy un gran escritor.
Sigo siendo un aprendiz.
Sin embargo, una de las lecciones que me dieron quienes estaban en este oficio antes que yo era la importancia de publicar periódicamente. Un ritmo era significativo no solamente en términos de alcanzar una audiencia sino de uno mismo. Escribir, antes de convertirse en parte de la vida, implica una disciplina consciente, esforzada y, en ocasiones, monótona. Pero tenía que hacerlo. A medida que iba escribiendo más, las palabras aparecían con mayor fluidez; los detalles ortográficos y gramaticales que tanto me costaban entender, poco a poco se fueron incrustando con naturalidad en mi pensamiento. (Por supuesto, me sigo equivocando y necesito mejorar montones, pero no estoy en el mismo lugar donde inicié).
En estos días estábamos en el carro junto con mi esposa y mi hijo. Por alguna razón que desconozco le pedí que pusiera una canción de jazz que solía escuchar en mi adolescencia. Quizás el deseo de compartir esa parte de mi vida con la persona que amo se asomó en un momento tan trivial. Mientras escuchábamos, noté que una parte esencial del jazz es la improvisación. Siempre sabes que habrá una. Después de escuchar el tema en varias ocasiones, los instrumentos seguirán una forma mientras cada uno irá dando su aporte, teniendo su voz, dándole su toque particular, creando espontáneamente sobre un fundamento establecido.
Un músico de jazz no desprecia los automatismos ni las disciplinas por pasar a la improvisación. De hecho, no podría improvisar si no aprende antes a estar en una forma, a seguir una partitura, a desplazarse dentro de lo establecido. La improvisación sólo tiene sentido dentro de una rutina. Lo que se sabe es el terreno en el que da fruto lo desconocido.
¿No es esa la vida?
A veces, se refiere a un músico virtuoso que se mueve con libertad sobre una preciosa partitura; a veces, se trata de un aprendiz de escritor frente a una hoja en blanco que no sabe dónde va a terminar lo que escribe; pero más frecuentemente se trata de ti. Te sientes asfixiado por lo predecible. Sientes que la rutina está lapidando tu creatividad. ¿Qué tal si cambias de perspectiva? ¿Qué tal si en lugar de desperdiciar energía en la queja la inviertes en la imaginación? ¿Por qué no hacer algo diferente dentro de lo que siempre es igual?
Date la oportunidad de improvisar un poco.
¿Quién quita que termines escribiendo un post que de pronto inspire a alguien?
©MiguelPulido
Por Miguel Pulido
Miguel es Teólogo del Seminario Bíblico de Colombia, y pastor de jóvenes de la Iglesia Confraternidad en Bogotá, además de ávido escritor con la capacidad de conectar nuestra realidad con la perspepctiva bíblica.