Todos luchamos con la ira. Quizás de distintas maneras por nuestra forma de ser
- Catagoría: Fe
- Autor: Miguel Pulido
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Pero puedo decir casi con total certeza que tienes que arrepentirte de algo que hiciste en un momento de cólera. Explosiva o flemática, acelerada o cauta, la ira nos ha llevado a tomar malas decisiones.
Pero el problema no es la ira.
El problema es lo que hacemos con ella.
En medios religiosos se ha dado a entender que la ira en sí misma es mala, de modo que tienes que poner todo tu esfuerzo en eliminarla de tu vida y, si eso no ocurre, entonces pones en duda qué tan buena persona eres. Cuando la ira se dispara, te sientes miserable. Tienes momentos de triunfo, donde hay sosiego y calma, pero también derrotas estridentes. Quisieras que ese sentimiento no apareciera más en tu vida.
La ira es una emoción. Por lo tanto, no la puedes controlar. Como emoción es una reacción involuntaria que evidencia que algo no está bien dentro de nosotros. Funciona como una alarma de incendios que te avisa sobre un problema, pero lo que haces con esa indicación es tu decisión, es lo que está en tu poder, es sobre lo que puedes escoger. Hay gente que aviva el fuego y otra que lo apaga y otra que lo expande y otra que lo ignora y otra que decide tomar medidas para que no vuelva a ocurrir en el futuro.
Misma alarma.
Reacciones distintas.
Al escuchar sobre Jesús, normalmente no se nos viene a la mente la palabra “ira”. Sin embargo, en los evangelios tenemos algunos testimonios de situaciones en las que se experimentó esta clase de emociones. Una de ellas se dio cuando Lázaro, un amigo muy cercano, murió.
Al ver llorar a María y a los judíos que la habían acompañado, Jesús se turbó y se conmovió profundamente
(Juan 11:33)
Lo que esta versión traduce como “se conmovió profundamente” es un solo término extenso en el griego, enebrimesato. Es una palabra sumamente enfática que significa ser movido por cólera. No se refiere, como podríamos pensar a primera vista, a tristeza, sino a rabia, a inconformidad, a un desconcierto que mueve las fibras más íntimas de nuestro ser. Ira.
La muerte produjo ira en Jesús.
Y lo llevó a hacer uno de los milagros más recordados: la resucitación de Lázaro.
La ira, en este caso, fue justa y correcta. Fue una ira buena. Porque no descansó en motivos egoístas o en pataletas del yo herido, sino que expresó su descontento por lo que le hace el pecado a la raza humana. Este descontento sagrado es una inconformidad alineada con Dios y sus propósitos para la Creación. Lo impulsó a transformar esa realidad.
Con frecuencia, la ira mala es estática, porque nos estanca, nos instala en la queja, nos lleva a desquitarnos con el mundo de la seguridad de una red social en el celular o a dañar relaciones que nos convierten en mejores seres humanos. No produce transformación. Está incapacitada para hacer del mundo un mejor lugar. A lo sumo nos informa que hay algo en nuestro corazón que necesita atención, pero no sirve como combustible para que llevemos a cabo el cambio.
Por el contrario, la ira buena se pronuncia y actúa en contra de la maldad. Subvierte el estado normal de las cosas. Te sirve como propulsor para encarar la injusticia, la desigualdad, la indolencia, la discriminación y recordarles que no tienen la última palabra.
Necesitamos una dosis adecuada de descontento para alterar la trayectoria de un mundo que tiende a dirigirse al abismo.
Ese es el llamado sagrado que tenemos.
©MiguelPulido
Por Miguel Pulido
Miguel es Teólogo del Seminario Bíblico de Colombia, y pastor de jóvenes de la Iglesia Confraternidad en Bogotá, además de ávido escritor con la capacidad de conectar nuestra realidad con la perspepctiva bíblica.