El homosexualismo no es un problema de tentación sino de ejecución.
- Catagoría: Fe
- Autor: Miguel Pulido
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Bíblicamente, que una persona tenga atracción por alguien del mismo sexo no es pecado; el pecado es que mantenga relaciones con una persona del mismo sexo.
En otras palabras, funciona como cualquier otro pecado.
Tú puedes tener una tendencia, pero no se convierte en una falta hasta que la llevas a cabo. Tener ganas de robar un banco no es lo mismo que hacerlo; querer fingir para quedar bien con todos no es equiparable a ser un hipócrita consciente; y así sucesivamente. Entonces, ¿por qué la homosexualidad se ha vuelto tan central en la forma de entender nuestro cristianismo actualmente?
Me llama profundamente la atención que una de las primeras preguntas que me hacen cuando saben que soy pastor es lo que pienso sobre el homosexualismo. No me cuestionan por mis perspectivas sobre la salvación, la gracia, el valor o no de las obras, la santidad de Dios o mi concepción del Cielo, a pesar de ser doctrinas centrales de la fe que profesamos. Parece que no importa mucho si consideramos pecaminosas o no algunas políticas del gobierno, la corrupción de miembros del Estado, nuestro abandono de los huérfanos y las viudas, ya que todo esto se presta para debate y no parece ser central, pero si usamos una palabra fuera de contexto respecto al tema de la homosexualidad, se cuestiona automáticamente nuestro compromiso con Dios.
Por ejemplo, si dices que la homosexualidad es un pecado, te tildan de retrógrado y que no amas a las personas; si dices que debemos aceptarlo, entonces eres un hereje de la peor calaña; si sostienes que es una decisión y una tendencia que requiere una observación de fondo relacionada con la historia, el contexto y la emocionalidadº de la persona, entonces estás sicologizando la palabra de Dios; si tratas de promulgar el equilibrio diciendo que es un pecado como cualquier otro pero con características particulares, eres un tibio.
Junto con esto sumamos la cultura y las inconsistencias a las que esta nos lleva. De labios para afuera decimos que todos los pecados son iguales, pero en el fondo de nuestro corazón tenemos una perspectiva distinta. Hagamos una prueba. ¿Qué es “peor”: un heterosexual promiscuo o un homosexual abstemio? Pongo “peor” entre comillas porque, paradójicamente, el primero es un pecado, el segundo no; sin embargo, conozco padres que se enorgullecen de su muchacho porque es “un terrible” que juega con decenas de niñas, mientras que señalan a un joven amanerado del que no conocen su historia, sus luchas ni su realidad.
Estamos en paz con ciertos pecados.
Nuestra piedad es selectiva.
Hacemos énfasis en ciertos pecados, olvidándonos que la santidad abarca todas las esferas de lo que somos como personas y como sociedad. Es tan central la homosexualidad que, tengo la impresión, ha desplazado incluso a la cruz. Pensamos que lo mejor que le puede pasar a un homosexual es dejar la homosexualidad, no encontrarse con Cristo. Una persona no se va a salvar por su sexualidad, se salvará por gracia. ¿Por qué entonces dejamos de predicarla también para los homosexuales? No existe ningún pecado que nos pueda llevar a un lugar donde el amor de Dios no nos pueda alcanzar.
Claro, la gracia lleva a la transformación, pero en ese orden. No estoy siendo laxo con la homosexualidad, como trato de no serlo con la mentira, el robo, el orgullo o la fornicación, sencillamente creo que nos volvimos tan pecado-céntricos que paulatinamente dejamos de ser Cristo-céntricos.
Porque la mayor tragedia del homosexual no es su sexualidad, es que no llegue a conocer a Jesús.
Es lo peor para cualquier persona.
©MiguelPulido
Por Miguel Pulido
Miguel es Teólogo del Seminario Bíblico de Colombia, y pastor de jóvenes de la Iglesia Confraternidad en Bogotá, además de ávido escritor con la capacidad de conectar nuestra realidad con la perspepctiva bíblica.