Sobre ti fijaré mis ojos

Sobre ti fijaré mis ojos

Esta es mi casa. Al piso le puse esterilla, me las ingenié porque el polvo me tenía cansado-. La frase de Albeiro mientras yo hacía esta foto

  • Catagoría:  Fe
  • Autor:  ZonaJ

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Fue en un cerro que se llama Calandaima, en Miranda, departamento del Cauca (más allá de Cali, para los que no conocen). Lo que se ve en la foto es todo lo que Albeiro tiene, más dos hijos que no salieron ahí. Su historia es larga, triste y frustrante.

Para llegar a la casa de Albeiro que queda en la cima del cerro, uno de los más altos de Miranda, si no el más alto, hay que caminar 15 minutos por una pendiente. Y cuando uno es sedentario, o por lo menos hace un gran esfuerzo por no hacer mucho ejercicio (como yo), una pendiente de más de 15 minutos es todo un martirio.

Llegamos a la cima. Yo miraba hacia abajo y no podía creer que hubiera subido 300 metros de montaña. En ese momento Albeiro señaló hacia un lugar abajo de la montaña. “Ahí murió un señor la semana pasada, entró a coger un tatuco y pisó una mina. Ahí quedó”, me dijo.

Yo no podía creerlo, yo había cruzado un terreno minado y había salido ileso, “y usted ¿por qué nos metió ahí?” Fue lo único que se me ocurrió decir. “Es el único camino para llegar a mi casa”, me respondió.

Albeiro compró la cima del cerro en sociedad con otras trece familias. Todos reunieron 20 millones de pesos y se hicieron al terreno. Cuando fui estaban todos midiéndolo para parcelarlo en partes iguales.

Mientras tanto 14 familias compartían todo. Había sólo un baño al aire libre y sin agua potable (ni siquiera un tubo por donde salieran los desechos, tocaba ponerlos en un balde y sacarlos de ahí), una cancha de fútbol y un pequeño sembrado de yuca que apenas estaba empezando a germinar. Eso era todo. Ni un televisor, ni un bombillo, ni una radio.

lo Albeiro tenía celular, pero funcionaba abajo, en el pueblo, porque cuando subía a la montaña se quedaba sin señal.

Cuando llegaron con los títulos en la mano a revisar su nuevo terreno (dos meses antes de que yo los visitara) las 14 familias se enteraron de que allí estaba atrincherado el ejército. Y resultó que el cerro Calandaima, en Miranda, Cauca; es uno de los puntos más estratégicos para combatir a la guerrilla en esa parte del país.

Una larga lucha tuvieron los campesinos con el ejército para que se fuera de ahí. Semanas enteras compartieron el lote con los soldados. Resultó ser, también, que quien controle el cerro, sea guerrilla o sea ejército, va ganando la guerra.

Semanas enteras tuvieron que vivir los campesinos en medio de las balas que entraban en los techos de zinc de sus casas, que disparaba la guerrilla desde otra montaña cercana buscando impactar, por lo menos, un soldado.

Vemos aun soldado uniformado que vigila y unos jóvenes  que hablan muy tranquilos

Cuando llegué al cerro Albeiro me contó lo que ocurrió. Cartas al ejército, a la Alcaldía de Miranda, llamadas a los medios de comunicación, lo que fuera para buscar que los soldados se fueran y los campesinos y sus familias dejaran de estar en medio de las balas del conflicto.

Finalmente, mientras en Toribío (también en el Cauca, pero más abajo) los indígenas sacaban a los soldados del Cerro Berlín (cosa que creo que muchos colombianos no han olvidado porque causó mucha indignación), los campesinos del Cerro Calandaima hacían lo mismo, sólo que sin fotógrafos, sin prensa, sin ONU y también sin balas.

Logramos que se corrieran 500 metros, aunque ahora están volviendo”, me dijo Albeiro mientras yo buscaba hablar con el soldado al mando que estaba atrincherado 500 metros al sur de la casa de su casa.

Cuando tuve la oportunidad de hacer este viaje pensé que era un sueño que se había hecho realidad, un regalo de Dios para mi que siempre lo había deseado. No duerme uno, es como un niño chiquito que va a vivir nuevas aventuras.

Siempre he querido ser un reportero de guerra, alguien que pueda documentar el conflicto.

Vemos unas guaduas que sostiene un lavamanos improvisado y una caneca plástica para el agua y un sanitario

Recuerdo mucho que la esposa de Albeiro, (la que sale arriba en la foto con él) nos dio almuerzo. Caldo de pollo, arroz, pollo con guiso y plátano maduro. Infaltable la aguapanela para terminar. Mientras almorzaba le preguntaba a Dios por qué.

¿Por qué gente pobre en medio de la guerra? ¿Acaso no bastaba con que fueran pobres para que además tengan que vivir en medio de las balas y las minas? Por qué tenían que salir desplazados, por qué tenían que vivir con miedo, ¿acaso no estaba ahí Dios para cuidarlos, acaso el Señor no es nuestro pastor? ¿Acaso aunque pase por cañadas oscuras nada me va a pasar? Dudé mucho.

Lo que había sido uno de los sueños de mi vida, viajar a una zona en conflicto y narrar un mechón de lo que allí sucede, se convirtió en una amargura, en una duda. Sólo me preguntaba por qué.

Mientras más me preguntaba Dios me recordaba más el versículo 8 del Salmo 32. Y no entendía, estaba ciego. Realmente no estaba ciego, estaba furioso y triste. Un día después de que fui al cerro casi fui secuestrado por la guerrilla en Caloto, también en el Cauca. Me preguntaban cómo había hecho para que no me llevara la guerrilla y yo respondía “no sé por qué, pero no me llevaron”.

Volví a Bogotá y una semana después supe que el cerro había sido retomado por el ejército. Llamé a Albeiro. “Volvieron, nos sacaron, tumbaron las casas, se comieron lo que teníamos, violaron las niñas, tuvimos que salir al pueblo. Estoy sentado en la Alcaldía de Miranda y no sé para dónde me voy a ir, estoy aquí con mi familia”, me dijo.

La llamada se cortó y nunca más pude volver a hablar con él. Lloré.

La ira siguió y mientras tanto Dios me repetía: “Te haré entender, y te enseñaré el camino que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos”. Horas después de haber llorado por Albeiro lo entendí.

Dios es pastor, nosotros las ovejas. Nunca, por más que estemos lejos, nos deja de observar. No me llevó la guerrilla porque Dios no lo permitió, así de sencillo. Me llevó hasta el Cauca guiado por un deseo egoísta de vivir una aventura más. Pero me abrió los ojos.

Vemos un techo echo con laminas y sostenida por guaduas

Entendí que el versículo 8 del Salmo 32 no era sólo para mí. Era para todos, y si Albeiro estaba en Miranda, o donde fuera, Dios tenía sus ojos puestos sobre él y su familia.

Entendí que más allá de cualquier situación, por difícil que parezca, Dios muestra el camino que debemos andar sobre nosotros y tiene puestos sus ojos. Recordé muchos episodios tristes de mi vida, difíciles, esos momentos en que uno no ve la salida, en que todo parece oscuro, y caí en la cuenta de que de todo, hasta hoy, he salido victorioso.

No fui yo, fue Él.

Nunca volví a saber de Albeiro, varias veces intenté llamarlo, pero nunca funcionó. Sólo tengo la paz, la certeza de que Dios tiene sus ojos sobre él. Tengo la certeza de que Dios le enseñará el camino por el que debe andar, así como lo ha hecho conmigo.


ZonaJPor @zonajnet
Somos un movimiento juvenil creado por jóvenes y para jóvenes que integra tecnología, música, arte, comunicaciones y un mensaje diferente.

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