Llegó a mi poder el escrito que comparto a continuación. Según me informaron, fue redactado por un demonio en el día que nació Jesús.
- Catagoría: Fe
- Autor: Miguel Pulido
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Se encontraba en el diario que guardaba en una de las cloacas del Infierno. La agitación es más que evidente. Me mienten porque no saben hacer más, pero algunos demonios de mayor rango hablan entre sí con un evidente aire de preocupación. Carraspean las gargantas, bajan la voz cuando me acerco y, en un par de ocasiones, me han gritado una serie de obscenidades.
Me asomé sobre sus hombros y a lo lejos logré verlo.
Ahí estaba el motivo de su angustia: ¡un niño en un pesebre!
¿Desde cuándo el Infierno está ocupado por una manada de mentecatos que le tienen miedo a un ser tan vulnerable? Quise marcharme a seguir con mi trabajo, pero todos estaban tan concentrados en ese recóndito establo de Belén que decidí quedarme.
Los dientes empezaron a rechinar cuando los ángeles que no cayeron aparecieron en el cielo. ¡Cómo los detesto! Me incomoda su luz, su voz, su belleza, ¡todo de ellos me repugna! Aparecen a la vista de los despreciables humanos cuando hay una intervención especial de nuestro enemigo en la historia. ¿Ahora que se traía entre manos?
¡Pues era ese niño!
Según los escuché, en ese pequeño ser estaba encarnada la esperanza de la humanidad. Pero eso me parecía muy extraño: millones de niños han nacido a lo largo y ancho del planeta, pero sólo de este se ha dicho algo así. “Él es el que había de venir”, dijo un demonio al lado mío con algo de náuseas.
Habíamos escuchado de él por miles y miles de años, pero parecían promesas tontas y sin sentido. ¿Cómo podía un humano rescatar lo que los humanos habían echado a perder? Pero a medida que pasó el tiempo descubrí que habíamos malinterpretado el significado de esa promesa. No parecía tener lógica, pero los cabos se ataron cuando Gabriel se le apareció a esa molesta adolescente, María, y le dijo que el niño que iba a tener sería engendrado milagrosamente por ese que creó el mundo.
Es decir, ¡Dios se haría hombre!
¿Cómo se le ocurre semejante estupidez?
Para ser honesto (y, en este caso, estoy yendo en contra de mis instintos más básicos), no entiendo por qué amo tanto a esa despreciable raza humana. Ellos lo traicionan, le dan la espalda, le escupen el rostro, siguen nuestra voz sin ningún reparo y él insiste en buscarlos. ¿Tanto valen? Yo le tendría unas buenas sugerencias para destruirlos de una forma dolorosa; en el Infierno somos expertos en el arte de engañar y de lastimar. Sin embargo, ¡su grandioso plan es un ruidoso bebé en medio de los animales!
Creo que por fin se ha enceguecido de amor el viejo loco y ese, sin darse cuenta, nos ha dado una oportunidad de oro. ¡No tenemos nada que temer! Por fin nuestro enemigo es frágil, quebrantable, lo podemos lastimar. Dios se hizo vulnerable. ¿Acaso no es una buena noticia?
Se me ocurre que lo podemos hacer sufrir, llorar, cansarlo, tentarlo. Que pruebe un poco de lo que es capaz el Infierno. Que vea la enfermedad, el sufrimiento, la hipocresía y la maldad a la que somos capaces de llevar a esa humanidad que tanto dice amar. ¡Ojalá se decepcione totalmente!
Y después… ¡boom! La estocada final. Torturarlo con una de las grandiosas ideas que le implantamos los romanos: esa cruz. ¡Podemos asesinarlo! Sí, matar a Dios: la oportunidad que tanto esperó nuestro Padre de la Oscuridad desde el principio. De la muerte nadie se puede levantar.
¿Algo bueno puede salir de una cruz?
Es más, ¿qué tiene de trascendente un niño en un pesebre?
Firma:
Un demonio cualquiera.
©MiguelPulido
Por Miguel Pulido
Miguel es Teólogo del Seminario Bíblico de Colombia, y pastor de jóvenes de la Iglesia Confraternidad en Bogotá, además de ávido escritor con la capacidad de conectar nuestra realidad con la perspepctiva bíblica.