La noche en la que nació Jesús hubo muy pocos elementos que, a primera vista, pudiéramos catalogar como milagrosos. ¿Darle vista a un ciego?
- Catagoría: Fe
- Autor: Miguel Pulido
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Me encanta escribir. Lo veo como un ejercicio en el que tengo la posibilidad de expresarme, de compartir algunas ideas y de entregar algo a los demás. Por eso es que un espacio como el blog es tan importante para mí. Sin embargo, tengo otras ocupaciones. Hay semanas donde no es tan fácil sentarse a escribir. Pueden ver que en este año las semanas con esa posibilidad no han sido muchas.
Pero, aparentemente, en los siguientes días tendré un respiro.
Entonces, pensé en escribir.
Así que quiero cerrar este año en el blog con una pequeña serie sobre la Navidad. Trataré de publicar dos reflexiones cada semana por las próximas dos semanas. No hablaré sobre Papá Noel. Tampoco me enfocaré en los regalos. Más bien, trataré de mirar algunas historias que hicieron parte de la primera navidad. Los evangelios de Lucas y Mateo nos cuentan algo de cómo estaba el mundo la noche en la que Jesús nació. La historia de su nacimiento está rodeada por una serie de historias que la nutren y nos muestran su inagotable riqueza.
La navidad sigue siendo relevante.
Al explorar algunas de las historias que rodearon la Navidad, encontraremos que es como un diamante: refleja la luz de una forma distinta dependiendo del lugar de donde lo miremos. ¿Me acompañas?
Bienvenido a la serie Las Historias De La Navidad.
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Seguro te has preguntado lo mismo. He escuchado la misma idea una y otra vez. Muchos rostros han reflejado la misma cuestión.
Cuando estudiamos los evangelios, sorprende la sencillez de los eventos que rodearon el nacimiento de Jesús. La noche en la que nació Jesús tuvo visos extraordinarios…para unos cuantos. La gran mayoría de la humanidad no vio luces artificiales, espectáculos láser, pantallas de alta definición con transmisión en directo desde Belén, entrevistas a María y José o, por lo menos, un video con millones de visitas en Youtube. Nada espectacular. Dios apareció en la historia en una noche cualquiera, una noche igual a las otras.
¿Por qué?
Es la pregunta que tú te has hecho.
¿Por qué Dios no aparece de una forma evidente de una vez por todas sin dejar lugar a ninguna duda?
¿Por qué Jesús no deja a todos con la boca abierta con una aparición incuestionable?
¿Por qué no aparece un rayo de fuego cada vez que alguien levanta su puño hacia el cielo pidiendo una explicación?
¿Por qué Dios no siempre utiliza milagros espectaculares como una muestra de su presencia entre nosotros?
En pocas palabras, ¿por qué hay tanto lugar para las dudas?
Me encantaría decir que los milagros vienen tan predeciblemente como los anuncios de las iglesias que invitan a una “noche de milagros”. O quisiera que fueran tan fáciles como los slogan del tipo “ven por tu milagro”. Sí, hay gente que recibe milagros en esas noches. Yo mismo he visto a personas soltar sus muletas o recobrar la compostura.
Pero también está la otra parte de la historia. Están esos que se cansaron de orar en un hospital sin una respuesta positiva. Existen cientos y miles de personas de fe que nunca recibieron el milagro que esperaban. Hay personas que se paran de sus camas de un momento a otro; hay personas que se levantan de su lecho porque los medicamentos surtieron efecto; hay personas que nunca se levantaron de su postración.
Los milagros no siempre ocurren.
O no, al menos como esperamos.
La noche en la que nació Jesús hubo muy pocos elementos que, a primera vista, pudiéramos catalogar como milagrosos. ¿Darle vista a un ciego? Evidentemente es milagroso. ¿Darle piel de bebé a un leproso? Por supuesto que es espectacular. ¿Un niño que tiene como cuna un pesebre en su primera noche en este planeta? No fue la noticia que ocupó las etapas de los diarios. Ni entonces ni ahora. Hay cosas más llamativas que un niño en un establo.
Cuando hablamos de Dios, nuestra mente se dirige casi automáticamente a las cosas extraordinarias, sorprendentes, milagrosas, que te dejan sin aliento. Miramos el sistema solar y no podemos más que maravillarnos. Pero no nos esperamos que el nacimiento de Dios en esta Tierra fuera tan… (estoy buscando la palabra)…¿simple?. ¡Esa es la palabra!: simple. El evento que inauguró la transformación de la humanidad fue simple. Común. Corriente.
Probablemente ese es el punto.
Porque los milagros también se pueden convertir en una tentación.
Años después de su nacimiento, Jesús ejerció su ministerio por una amplia zona de Palestina. La gente lo seguía. Sus enseñanzas cautivaban al público. Pero lo que quedó grabado en la mente de muchos fue la multiplicación de los panes. ¡Eso sí era un milagro de verdad! Jesús alimentó a una multitud a partir de unos pocos panes y peces.
El problema que denunció Jesús es que, posteriormente, las personas lo empezaron a seguir por el milagro, no por él. La gente quería los panes, pero no le interesaba Jesús. Buscaban el milagro, no al Creador.
Los seres humanos nos deslumbramos con facilidad.
Y la cuestión de fondo es que convertimos el medio en un fin y el fin en un medio. Los milagros siempre serán un medio, una ruta, apuntan a algo más grande: a Jesús. Buscar el milagro y olvidarnos de Jesús es sentirnos tan maravillados por el paisaje que nunca llegamos al destino. Convertimos el medio en un fin.
Con mucha frecuencia buscamos a Jesús como un medio para un milagro. Lo vemos como una ruta para llegar a lo que realmente queremos. Por eso no nos extraña que mucha gente reciba un milagro pero, tiempo después, Jesús no está en sus conversaciones. Hicieron el milagro de su Dios, y así se olvidaron de Dios. Convertimos el fin en un medio.
La noche en la que Jesús vino al mundo no fue muy espectacular. El lugar no fue nada milagroso. No fue sorprendente. La simpleza fue la anfitriona de la primera navidad. Y quizás ahí está la esencia del asunto: Dios apareció donde no lo esperábamos. No apareció de tal forma que no dejara dudas. Un pesebre nos deja con la pregunta: ¿eres tú, Dios?
Porque en el marco de la simpleza también se ve la grandeza del Creador.
Porque el mayor milagro es que Él estuvo entre nosotros.
Porque el mayor milagro no fue el pesebre, sino la persona que lo ocupó.
Dios estuvo y está aquí. Entre nosotros. Eso es lo que importa.
©MiguelPulido
Por Miguel Pulido
Miguel es Teólogo del Seminario Bíblico de Colombia, y pastor de jóvenes de la Iglesia Confraternidad en Bogotá, además de ávido escritor con la capacidad de conectar nuestra realidad con la perspepctiva bíblica.