El testimonio de un músico, quien después de experimentar uno de los momentos más difíciles en la historia de Colombia abrazó la fe.
- Catagoría: Musica y Cultura
- Autor: ZonaJ
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Jorge Enrique León Pineda, baterista profesional, musicólogo y periodista bogotano, perteneció a algunas de las bandas que actualmente son parte de la historia del Rock en Colombia.
Conozcamos un poco del testimonio de este artista tras su conversión a la fe cristiana:
He vivido con mucha intensidad la música, debido quizá a mi ancestro materno. En efecto, mi bisabuelo, el maestro Roberto Pineda Duque, autor importante del folclor colombiano, fue el compositor del himno de Bogotá y, además, un gran académico.
Por mi parte, cumpliendo mi labor como periodista, he sido un investigador y divulgador del rock y el jazz, y en los últimos años de la música Gospel en sus diversos géneros.
Cuando tenía 13 años me empezó la fiebre por el rock pesado. En el Instituto San Bernardo de La Salle, donde cursé Secundaria, pasaba mi tiempo con los discos de mis grupos de rock favoritos, que eran mis ídolos (Black Sabbath, Deep Purple, Cactus, War Horse, Alice Cooper, Budgie, The Who, etc.).
En otras palabras, desde que era casi un niño me declaré un rockero empedernido, tal vez porque en el estridente y compacto sonido me sentía identificado y buscaba desahogar mi rebeldía, los conflictos familiares y traumatismos propios de un padre adicto al alcohol, y los fracasos que tuve en mi juventud.
En un desfogue adolescente, empecé a golpear empíricamente en mi batería imaginaria con unos palos, con almohadas y cobijas, mientras oía a todo volumen a mis bandas favoritas. Me tocaba estudiar a escondidas con canecas y cartones, que hacían las veces de tambores y platillos.
Las baquetas las fabricaba con varas de café, a punta de cepillo y lija. Aprendí a leer la partitura con la ayuda de otros colegas. En 1979 pasó a integrar por primera vez una banda de Hard Rock, al lado de William Fierro, un cantautor que se radicó en Suiza hace más de 20 años.
Posteriormente pasó a otros grupos de rock pesado (como, por ejemplo, la banda Sabotaje, integrada por estudiantes del conservatorio de la Universidad Nacional), con profesionales de la escena bogotana.
En julio de 1986, entré en contacto con un género musical muy fuerte y rápido llamado Hardcore Metal, al integrarme como baterista a un incipiente proyecto musical punk llamado La Pestilencia, de Bogotá
En mi búsqueda musical como rockero empedernido y amante de la música fuerte, de un momento a otro resulté metido de pies a cabeza dentro del salvaje y áspero galpón de la música Metal.
Durante 1987 y 1988, época en la que Colombia vivió un momento crítico debido al narcoterrorismo y los poderosos carteles de la droga que tenían aterrorizado al país, La Pestilencia inició sus presentaciones ante la sociedad marginal, y con ello presenció la desesperada realidad de un sector de la juventud capitalina.
En el 89 realizamos nuestro primer disco. No me importó que al año siguiente el trabajo tuviera repercusión nacional e internacional. Actualmente esta legendaria banda está radicada en Estados Unidos, cuenta con varias producciones discográficas y con frecuencia salen sus videos en MTV y los medios alrededor del mundo.
La razón por la cual renuncié a esta banda metalera es que ya no me sentía bien en ese ambiente. Sin embargo, más adelante entré al grupo metálico Excalibur, amigos con una calidad humana excepcional. Toqué en varios conciertos con ellos, así como en giras cortas. Recuerdo un concierto especial en un parque, al lado del grupo norteamericano Autocontrol.
En 1991 pasa al cuarteto Delia y los Aminoácidos, etapa preliminar de la banda internacional Aterciopelados, nominados a premios Grammy en dos ocasiones. Tocamos un año en un bar de La Candelaria, con noches al estilo del underground europeo, con personajes de negro parecidos a los vampiros. Mucha bohemia en un ambiente de frivolidad e imágenes ocultistas.
Un colega periodista me invitó a una iglesia cristiana, y después de alguna insistencia acepté. Una de las razones era que quería buscar a Dios, aferrarme a algo y calmar mi ansiedad y profunda tristeza. Un desengaño amoroso hizo pasar por mi mente varias veces la posibilidad del suicidio.
Un sábado llegué a esta iglesia un poco escéptico. Lo primero que me impactó fue ver las expresiones de alegría de las personas que bailaban, cantaban y saltaban como enloquecidas con estandartes, exaltando el nombre de Jesucristo.
Pese al choque que me produjeron estos “fanáticos”, sentí paz y tranquilidad, y por eso continué asistiendo. Empecé a ver de otra manera las cosas. El odio y la amargura que habían echado raíces en mí fueron desapareciendo.
Con el transcurrir del tiempo perdoné a los que me habían hecho daño. Un cambio real se estaba operando en mi vida. Entonces, en una confesión pública, acepté al Señor Jesucristo como mi único y suficiente salvador, y empecé a recibir la Palabra de Dios en la Comunidad Cristiana de Fe, lugar que me vio nacer de nuevo y donde Dios me libró primeramente de una depresión que tenía desde mi adolescencia, a causa de los problemas familiares.
Durante varios años le he servido al Señor como baterista del grupo de alabanza de esta congregación, así como también como integrante de algunas agrupaciones de pop-rock cristianas y, además, participé en la grabación del disco: “El tiempo de la canción”, del cantautor José Rueda, un hermoso canto de alabanza.
Actualmente forma parte de una banda de pop/rock alternativo, Forania, al lado de jóvenes talentosos de varias congregaciones cristianas de Bogotá.
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí que todas son hechas nuevas”, 2 Corintios 5:17.
Por @zonajnet
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